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La Fe, don de Dios

  • Foto del escritor: Casa Fundacional de los Talleres de Oración y Vida
    Casa Fundacional de los Talleres de Oración y Vida
  • 20 jun 2019
  • 1 Min. de lectura


Sin duda, la fe de parte de Dios es don, el primer don. Y de parte del creyente hay

un hermoso y fundamental acto de gratuidad. Es gratuito de parte del hombre

porque, para dar esa adhesión vital, el creyente no dispone de motivos empíricos

ni de razones aquietantes. En plena oscuridad, se lanza a los brazos del Padre, a

quién no ve, sin tener otro motivo y otra seguridad que su Palabra. Hay mucha

gratuidad (y mérito), de parte del hombre, en el acto de fe. Y repetimos, es el

máximo acto de amor.

Se desprende que claramente la fe adulta no es principalmente adherencia

intelectual a las verdades, doctrina y dogmas sino adhesión vital y

comprometedora a una persona. Se trata de asumir a una Persona, y al asumirla

se asume también toda su Palabra que condiciona y transforma la vida del

creyente.

El creyente que se entrega salta por encima de los procesos mentales, por encima

de los problemas, sobre fórmulas y contenido… y “alcanzan” a Dios, y así el Señor

se transforma en certeza.

La seguridad que no pudo dar el raciocinio, la da Aquel mismo que es el

Contenido de la fe, a condición de que haya sido aceptado por medio de una

entrega “obsequiosa” e incondicional.

Y así el salmista nos afirmará que


La noche no es oscura para ti,

La noche es clara como el día (Salmo 138)


Extractado del libro Muéstrame tu Rostro por Ignacio Larrañaga

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