Feliz tú porque creíste
- Casa Fundacional de los Talleres de Oración y Vida
- 31 may 2019
- 2 Min. de lectura

María, la Madre, fue caminante. Recorrió nuestras propias rutas, y en su caminar
existieron las características típicas de una peregrinación: sobresaltos, confusión,
perplejidad, sorpresas, miedo, fatiga…Sobre todo existieron interrogantes: ¿qué
es esto? ¿será verdad? ¿y ahora que haremos? No veo nada. Todo está oscuro.
Su vida no fue turismo. Igual que todos nosotros, también ella fue descubriendo el
misterio de Jesucristo, con la actitud típica de los Pobres de Dios: abandono,
búsqueda humilde, disponibilidad confiante. También la Madre, fue caminando
entre calles vacías y valles oscuros, buscando paulatinamente el Rostro y la
voluntad del Padre. Igual que nosotros.
Según los textos evangélicos, eso fue la vida de María: una navegación en un mar
de luces y sombras.
La grandeza de la Madre está en que cuando no entiende algo, ella no reacciona
angustiada, impaciente, irritada ansiosa o asustada. En lugar de eso toma la
actitud típica de los Pobres de Dios: llena de paz, paciencia y dulzura, toma las
palabras, se encierra sobre sí misma, y queda interiorizada, pensando ¿qué
querrán decir estas palabras? ¿cuál será la voluntad de Dios en todo esto?. Así
ella se repliega en su interior y llena de paz va identificándose con la voluntad
desconcertante de Dios, aceptando el misterio de la vida.
¿Qué se consigue con resistir los imposibles? En esos momentos nos
corresponde actuar como María: cerrar la boca y quedar en paz. Nosotros no
sabemos nada. El Padre lo sabe todo. Si podemos hacer algo para mudar la
cadena de los sucesos, hagámoslo. Pero, aquellas realidades que nosotros no
podemos cambiar ¿para qué luchar contra ellas?
Y entonces puede presentarse diciéndonos: Hijos míos: Yo soy el camino. Vengan
detrás de mí. Hagan lo que yo hice. Recorran la misma ruta de fe que yo recorrí y
pertenecerán al pueblo de las bienaventuranzas: ¡Felices aquellos que, en medio
de la oscuridad de una noche, creyeron en el resplandor de la luz!
Del libro El silencio de María de p. Ignacio Larrañaga
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