Desde el mástil más alto
- Casa Fundacional de los Talleres de Oración y Vida
- 12 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 abr 2019

“Oteando el redondel de los horizontes desde la arboladura más alta de mi embarcación, llegan a mis oídos los lamentos de las naciones vencidas y los ecos de las tierras olvidadas. Mi nave está alumbrada por barcos que arden en el mar, mientras va surcando océanos ignotos; pero aun así, nuestra brújula ya está orientada hacia el faro del reposo.
Muchos me han sentenciado: vas a morir con las botas puestas. No me gustaría. Las grandes aves marinas vuelan largas distancias para alimentarse mar adentro, y al atardecer, retornan a su lomas habituales para pernoctar. De la misma manera las garzas: al amanecer recorren largas distancias para alimentarse en las lagunas de aguas fangosas, y al anochecer, formando pequeñas y blancas bandadas, regresan a los mismos altos alerces para pasar allí la noche.
Yo también, antes de retornar al seno del Padre, sueño con detener mis fatigados pasos, acallar los barullos, acogerme en los brazos del silencio y descansar a la sombra del Altísimo.
¿Será posible? Ya caminé durante largos lustros por la flameante senda que se abre por encima de mis sueños.
Siempre navegué a contra corriente, y aun contrariando mis gustos. Nunca tracé de antemano sendas en la montaña para luego recorrerlas. Nunca me senté tranquilamente frente a una ancha mesa para trazar un mapa de operaciones, un organigrama minucioso, unos planos de largo alcance, con objetivos precisos.
Si alguna vez concebí planes y cobijé sueños, Alguien se encargó de desbaratarlos y hacerlos trizas sobre la misma marcha.
Ahora que está atardeciendo, ¡cómo me gustaría cobijarme bajo la arboleda del sosiego para reconfortarme con el vino añejo de la amistad divina que siempre soñé, aquel vino sin etiquetas que sólo El y yo conocemos! ¿Será posible?
Diariamente llueven sobre mí, como flechas ardientes, urgentes demandas, nuevos compromisos.¿Qué quiere Dios de mí? Yo también soy un pobre, no tengo derechos, no puedo quejarme, nada puedo reclamar. ¿Dónde está su voluntad? Un día continué en el frente abierto porque me parecía que la demanda multitudinaria era signo de su voluntad.
¿Tendré que morir, efectivamente, con las botas puestas? A veces siento ganas de gritar: líbrame de esta hora. Nunca coloqué mis manos sobre el timón de mi nave. La dejé a la deriva, a merced de las olas, a sabiendas de que el dueño del mar controlaría la fuerza y la dirección de los vientos. La casualidad, que es el nuevo nombre del Desconcertante, me salió una y otra vez inesperadamente en los cruces de los caminos contra todo pronóstico. Por casualidad se inició mi etapa de escritor; por casualidad surgieron los Encuentros de Experiencia de Dios; por casualidad nacieron los Talleres, y tantas otras cosas.
¿Quién puede asir el relámpago, como si fuera una espada? ¿Quién puede aferrar y asegurar con sus manos la voluntad de Dios, diciendo: aquí está, esto es, no la soltaré? Sólo desde la cumbre alta del sol poniente, y mirando por sobre el camino recorrido podemos vislumbrar, y borrosamente, la estrategia zigzagueante, la santa e imprevisible voluntad del poderoso y cariñoso Padre. Mientras tanto, no nos corresponde sino bajar la cabeza y decir: voy a soltar los remos, y, cuando quieras, a donde quieras, ¡llévame!”.
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